El dinero, su simplicidad y su poder mecánico,
es de tal envergadura creativa que no se lo puede seguir restringiendo a
ser un bien de cambio, de transferencias, de intermediación o un común
denominador de valores.
El acertijo dramático al que las circunstancias
de la economía actual nos ha lanzado: de que el objeto del financismo y del
capitalismo salvaje es justamente el dinero, y sino, el vacío absoluto, es
fácilmente resuelto.
El dinero ES UN BIEN SOCIAL, y debe ser rescatado
de las garras de la avaricia, del abuso. Es un bien social como la rueda,
como el libro, como el vapor, como la electrónica y como todo conocimiento
magistral transformado en útil y poderoso.
El dinero es un instrumento, uno más, pero de
implicancias fabulosas, como todos sabemos. Está presente en las dinámicas
sociales de todo tipo, y es por esto que debe ser rescatado. Habilita,
cuando no se lo restringe, al progreso, porque le cambia el paso
a las relaciones en la realización, y esto es mucho, muchísimo.
Facilita la acción de cambio y es un enorme y efectivo
sintetizador. El dinero es lírico porque es contante y sonante,
y no necesita ser por otro como le pasa al cheque, al pagaré, a la letra de
cambio, es: por sí mismo.
Tiene su personalidad y como las personas también se va
poniendo viejo y pierde su valor. Pero vuelve y vuelve y vuelve a renacer,
con otros colores, con otras formas, con otras esperanzas de vida. Por eso
es que tiene que ser un Bien Social, de todos, porque ES
de todos. Porque está mucho, pero mucho más allá que ser de algunos.
Y depende de esos todos que lo recuperemos para hacer el bien, sin
mirar a quién.
El dinero también tiene su alma y es la emoción que cada
persona le imprime cuando lo recibe, cuando le es útil, cuando lo tiene para
darlo y circularlo a otros, y a otros y a otros, como un carrousel, porque
cuando así pasa ayuda a insuflarle vida a la economía y la hace saludable y
alegre.
Y porque es así, cuando se lo esconde en un cajón, o se
lo encierra en un cofre o se lo tira en un banco, el dinero sufre, sufre de
asfixia, de claustrofobia, de angustias, y grita. Y esos gritos son
escuchados por la sana economía que lo extraña y que lo reclama libre.
Hasta hoy hubo muy malas personas que por no tener
emoción y por estar enceguecidos por la mala pasión le robaron el alma y lo
hicieron existir sin vida, muerto en su propia impresión vacía. Por eso fue
un mal muy malo para muchos, pero es hora de transformarlo para bien en
un bien social, solo necesitamos saberlo, asumirlo e insuflarle
vida, nuestra vida, para recuperarlo, para que vuelva a ser nuestro,
de todos.