La religión como palabra y mensaje, no como institución
-ya que ésta está condicionada por intereses creados que la obligan a buscar
y a mantener objetivos institucionales por sobre la palabra y el mensaje
mismo que predica- tiene poderosos límites conceptuales muy claros y
beneficios para frenar el desarrollo desenfrenado de la economía.
Cuando la religión predica la moral y la ética, exige el
imperio de los valores y de los principios y ataca las pasiones humanas,
aunque más no sea solo con la palabra misma: está llamando a la reflexión
del sujeto activo.
Es en la codicia donde se unen economía y religión.
La codicia de algunos rompe patrones naturales de
convivencia, rompe equilibrios naturales dados a cada uno de acuerdo a lo
que uno es, y la codicia pone en la mente del hombre y de la mujer la pizca
o la semilla del deseo por más de lo mío visto o fantaseado en lo del
otro, que impulsa al ser humano a tratar de conseguir cosas a pesar de las
imposibilidades que se le advierten y a pesar de los sacrificios, muchas
veces contra-natura, que se le presentan.
Nuevamente es el ser humano rompiéndose y desintegrándose
en calidades propias por otras que muchas veces no interpreta tampoco,
buscando consolidarse simplemente en "lo que ve", en lo superfluo y
en lo que le sobra y despilfarra.
Si escucháramos atentamente la palabra de cualquier
religión, y la interpretáramos en tiempo y lugar actual comprendiendo su
mensaje, veríamos que éstas nos envían límites y condiciones para un
mejor vivir y convivir. Todo sin dejar, y aún potencializando mucho
más, la actividad económica que indefectiblemente debemos desarrollar
manteniendo los equilibrios que nos impone nuestra relación entre semejantes
y la relación que mantenemos con los ecosistemas.
Por supuesto que la religión no es la que monopoliza el
imperio de los límites o de la moral y la ética, éstas son patrimonio del
ser humano con o sin religión, pero vale la comparación para decir que la
economía no debe vivir aislada del patrón moral y del patrón ético ya que
hacerlo la aleja de su propio origen: la actividad en armonía del ser
humano y las riquezas en su justa medida del bien de la
tierra... para todos, no para algunos "afortunados".
Sin embargo, es necesario complementar el mensaje de las
religiones con conceptos de implementación y articulación de estructuras y
procesos que, hoy por hoy, el pensamiento y la experiencia económica nos han
dado.
Es nuestra obligación, más allá de la norma religiosa,
buscar otros mecanismos que alienten a las personas a la actividad económica
útil de manera natural, es decir, sin necesidad de negociaciones
políticas -convenios temporales entre voluntades que solo se respetan
por las condiciones circunstanciales y coyunturales que los negociadores
están viviendo- y sin imposición de órdenes en donde la actividad,
como un todo de la acción humana, se desarrolle con absoluta naturalidad
asumiéndola como parte del mismo ser.
Es simplemente aplicar y reconocer a conciencia el
ejemplo que miles de millones de personas nos dan a diario con su actividad
con el despuntar del sol y hasta el otro día a lo largo y ancho del planeta.
Esta forma de responsabilidad social y económica que producen las bases
sociales todas, debería brillar con orgullo en una economía que, hoy por
hoy, no ve y que solo la explota.