Cómo nacieron o surgieron las cosas sobre este planeta,
si fue por evolución o por inspiración divina no nos interesa en esta obra,
ya que el simple hecho de que estemos por un proceso de creación
superior o por uno que requirió millones de años no afecta el hecho de
estar aquí ahora.
En ambos casos: el esfuerzo de tiempo evolutivo o
la genialidad de la creación para llegar a estas formas actuales fue tan
increíble que nos vemos obligados como seres humanos a comprender
-y comprender NOS- y a asumir y también a asumirNOS en la
responsabilidad existencial solidaria del hecho de la existencia de
todo: lo evolucionado o lo creado.
Lo que no se puede hacer es desconocer esa
responsabilidad social o hacer que se la ignora, es moral y éticamente
bestial.
Tenemos la capacidad de producir transformaciones sobre
cual-quier elemento que existe y sobre nosotros mismos, cambios positivos y
negativos de acuerdo por donde se los mire, y esta condición nos debe
responsabilizar aún más.
Cualquiera debería entender que a mayor poder mayor
responsabilidad, que a mayor utilización de las cosas mayor responsabilidad
sobre las mismas.
Por ser así somos indudablemente los máximos
responsables, sino los únicos responsables, para cuidar todo lo
que tenemos. A nosotros mismos, a los otros, a todo lo que existe y que de
una u otra manera es parte de nosotros.
Fueron siglos de estudiar la naturaleza, de ver sus
relaciones, de crear ciencia y de retratarla en sus millones de formas; y
fueron generaciones de personas que se preguntaron todo tipo de cosas -y se
las respondieron con pasmosa precisión y conocimiento- y esto aún más debe
responsabilizarnos.
Hoy ya sabemos que existe una Ley del Cambio
y una Ley del Equilibrio que va transformando las cosas y que
las vuelve a poner en su lugar y en relación con el resto.
Podemos producir procesos de una violencia o de una
sutileza que son comparables a los procesos de la naturaleza misma y es por
esto que debemos ecualizarlos a las cosas y a las formas que esta naturaleza
nos presenta y regala.
La genialidad que tenemos es indudablemente un arma de
doble filo, que corta muy rápido tanto para bien como para mal, destrozando,
tal vez para siempre, el equilibrio natural o perpetuando sus bondades.
Esa creación humana, esa genialidad, debe poder ser
encausada con método, con procesos y con límites para que produzca un
máximo de rendimientos y un mínimo de costos y gastos presentes y a futuro.
La Teoría de la Necesidad, se acopla a esa
conciencia humana que ya es universal, aunque no completa ni asumida
todavía por muchos, de ver la maravilla de la existencia de todo
tal-cual-es, de avanzar en su conocimiento y de utilizarla en la medida de
nuestra propia subsistencia cuidándola y mejorándola hasta el límite de que
todo siga igual como se nos ha dado hasta hoy. Límite moral y de humildad
que no se puede desconocer.
Creación divina o Creación humana no deben ser
extremos opuestos de actitud y conducta, sino que deben complementarse y
buscarse en lo profundo del ser para escuchar las palabras del
mensaje que sea interpretado como las guías de una acción conjunta común
para un mejor vivir pero haciendo los esfuerzos suficientes y necesarios
para que todo siga igual, dejando de explotar, de destrozar, de
aniquilar, de exterminar, de matar aquello que solo se nos fue dado
para utilizar porque nada nos pertenece ni es nuestro por derecho
propio, inclusive cada uno de nosotros mismos.