Creo que Ricardo y Adam Smith y muchos otros ya sabían
qué iba a pasar realmente con la economía, y creo que todos los que los
siguieron también fueron muy conscientes de lo qué realmente es la economía
política. No puede ser que entre tantas personas inteligentes y dedicadas de
por vida a esta profesión no se enteraran de la verdad de la milanesa
económica -un cacho de carne vuelta y vuelta marinada con pan rallado para
que no se vea realmente lo que trae dentro-.
Partimos entonces, desde la buena intención de que todos
los que están pensando en este sentido -económico- saben perfectamente bien
qué pasó, qué está pasando y, naturalmente se proyectan también, a qué va a
pasar si todo sigue igual y si nada cambia. Creo en una clara inteligencia y
en una buena predisposición y prospección de todos ellos sobre los
graves problemas que afronta la humanidad, y que antes de ser profesionales
de una disciplina como la economía, son hombres y mujeres con esta prelación
de especie por sobre la condición de su actividad.
Con esto en mente, el mensaje hacia ellos es: debemos
bajar la economía a la gente, debemos desprender la economía de la política
porque está produciendo tanto pero tanto daño a la humanidad y al planeta
Tierra, que poco nos queda de equilibrio natural y de paz entre nosotros.
Es la actual generación de economistas, la que debe
asumir las responsabilidades del desastre de ocultamientos que ha producido
sobre la población mundial, y es esta misma generación la que debe producir,
sin requerirle mucho esfuerzo ni dedicación, los cambios para que la
economía se transforme en una herramienta para el progreso, la satisfacción
y la tranquilidad de todo y para todos, terminando con la violencia, la
discriminación y la falta crónica e inducida.
De la misma manera que son los jueces -sujetos ocultos
detrás de sus escritorios y encerrados en sus oficinas- los responsables de
la delincuencia y el delito universalizado; los economistas son responsables
de no haber resuelto las cuestiones gravísimas que hacen a las faltas que la
población mundial tiene, a pesar de la abundancia que otros sectores
derrochan.
Las responsabilidades sobre las catástrofes humanas, de
una humanidad que trabaja a brazo partido de sol a sol, no deben ser
evadidas y las ventajas de asumirlas son simplemente un cambio de "norte"
hacia dónde orientarnos con la seguridad de que con todo el potencial actual
económico el torcer el rumbo para dirigirlo hacia el bien común no va a
implicar mucho sacrificio ni esfuerzo. El desafío es grande, los cambios
también, pero la satisfacción que implicaría que todo un conjunto de
profesionales se asuman en la acción de progreso para todos es aún
infinitamente mayor.