La historia humana fue siempre una historia de economía
de superficies, solo últimamente con el desarrollo de herramientas, instrumentos
y maquinarias comenzaron las economías de profundidad.
Desde hace años muchas personas y hasta sociedades
completas comprendieron la necesidad del retorno obligado a
economías de superficie.
Los miedos a las transformaciones de las economías de
profundidad son naturales por la enorme influencia que todas ellas tienen en
la construcción de casi todo lo que nos da confort y bienestar, pero son
solo miedos, ya que la mente humana y la genialidad humana nos permite saber
que nada es imposible de conseguir cuando se aboca al objetivo de
realizarlo.
Las transformaciones que se necesitan no son un problema
de recursos físicos o de procesos industriales a reconvertir o descartar
sino que es parte del ser interno de cada uno de nosotros. Tomar conciencia
del cambio necesario, asumir las nuevas imágenes que ya se están volcando
sobre la humanidad, determinar los cambios personales y sociales de
actitudes y conductas y asumirlos, son abstracciones internas que son
los motores que nos mueven a buscar y a realizar lo mejor para todos. Seguir
en la misma brecha de las economías de profundidad es hundirnos más y más en
el caos, en las fantasías, en las vanidades y en profundos conflictos que
están despedazando a la humanidad. Cambiar a otro camino es muy fácil porque
desde hace mucho tiempo otras personas conscientes han comenzado a trazarlo,
a delinearlo acompañados por el grito de la naturaleza que nos dice a
diario: basta de abusos, basta de destrucción, MIREN lo que les estoy dando
gratis y sin esfuerzo alguno.
Karl Marx, entre otros, nos abrió los ojos al excedente
que permitió el ahorro, la inversión y el exceso sobre el cual se construyó
en definitiva el capitalismo de trabajo y producción: la plusvalía o
supervalía como resultante del sobretrabajo del semejante a los propietarios
de los medios de producción.
Hoy, 150 años después, ya sabemos que hay otro tipo
de plusvalía que permitió seguir con la fantasía de riquezas que a
todos dañan y a pocos complacen en sus delirios de poder y de grandezas
malhabidas: la explotación de la tierra.
Hemos concluido el proceso, cerrado el círculo. Es hora
de construir un nuevo hogar y darnos de lleno a su realización para que sea
un hogar con todo y un hogar de todos, ésta es la función real y concreta de
la economía, una economía que construya pensamiento y acción sobre procesos
eternos de riquezas ciertas y de bienestar creciente para toda la humanidad
en un planeta embellecido día a día que se transforme en un real y
maravilloso paraíso para las generaciones por venir.
Mirando las condiciones actuales, de generación en
generación vemos que las riquezas ya obtenidas se van circulando de unos a
otros sin interrupción, entonces lo único que es necesario implementar es
este proceso en todos, y con todos los elementos de la naturaleza; limpiar
los desechos y los desperdicios y abocarnos a producir una convivencia y una
economía racionalmente científica y organizada.
Debemos parar un instante, ver lo actual, evaluarlo en
términos de máxima eficiencia y máxima eficacia para las dimensiones humanas
de necesidades insatisfechas y después atacar el objetivo, habiendo dejado
de lado lo dañino y perjudicial y potenciando lo productivo. Por supuesto
erradicando de nuestras observaciones, cálculos y realizaciones toda
política y toda ideología que nos embarre la cancha. Trabajar por
medios alternativos a los medios convencionales actuales es el
camino.