Hemos diseñado y actuado instituciones desde muy
distintos puntos de necesidad. Todas se perpetúan en los tiempos y vemos
como los humanos que trabajan en ellas, que se benefician de ellas, que se
proyectan y crecen en ellas cambian y se van pasando la posta
en ese tiempo perpetuo en el que las obligamos a existir.
Conclusión: debemos hacer que las instituciones sean
eternas. Así, el Estado es para siempre, la Justicia es para siempre, la
Empresa es para siempre, y toda idealización de organización y de
articulación de formas de hacer son para siempre.
El desarrollo es eterno, la ganancia debe ser eterna y la
armonía entre los elementos que necesitamos para la actividad económica
también debe ser eterna. Hemos momificado al ser jurídico y al ser
económico, hemos entrampado a la institución dentro de una existencia que
solo la lleva a sobrevivir pase lo que pase y cueste lo que cueste, aún a
costa de matar a sus propios sujetos humanos, aún a costa de corromperse
hasta dejar de cumplir sus más mínimos objetivos fundacionales; nos impusimos
y nos impusieron que la institución debe sobrevivirnos.
Este esquema de la eternidad de toda institución
sirvió para comprender los errores que hemos cometido y para proyectar su
cambio.
La situación actual es que vivimos para mantener
instituciones que muy lejos están de cumplir con sus funciones y vivimos
para amoldar nuestras vidas y nuestras necesidades a ellas y no para que
ellas, creadas para ayudar y para cubrir nuestras necesidades, nos ayuden a
nosotros.
Hoy, cada institución que cumple un objeto social tiene
un peso organizativo y de costos de administración y financieros que en
muchos casos exceden lo que cede a los ciudadanos, que fueron la razón de su
génesis y existencia.
Redefinirlas, rediseñarlas y articular sus existencias
a la existencia de los seres humanos, del hábitat y de las necesidades
puntuales de ambos, es un requerimiento imperativo. Seguir cargando "estructura"
a instituciones públicas -en general- es la globalización más deforme
que podamos pensar, su peso es tan monstruoso que nos obliga a mantenerlas y
su ineficiencia e ineficacia en cumplir con las necesidades de las personas
es tan apabullante que duele tan solo pensar que existan.
¿Desde dónde reformularlas? Aprendiendo a vernos
mejor, aprendiendo a ver a la persona y a su necesidad inmediata y sintiendo
que es la inmediatez de la solución de la falta lo que todo ser humano busca
tener para satisfacerla.
De nada sirve, nos sirve, que El Parlamento Mundial -por
poner un nombre ficticio- estudie durante años la hambruna de tal o cual
pueblo, o procese su ayuda humanitaria a largo plazo, la gente se
muere hoy por falta de comida, por falta de agua. Y ya pasaron
siglos y las necesidades mínimas de existencia humana no se resuelven.
De qué nos sirve una diplomacia de estado a estado
si la acción de los estados está tan enquistada en sus propios intríngulis
políticos y de facciones que se les hace imposible ver al otro
que está necesitado.
La necesidad social que se sufre está tan cerca de todos
y a la vez está tan lejos por la ficción de las fronteras políticas que se
le imponen que es primordial descomprimir y hasta terminar con instituciones
que producen este alejamiento.
Este querer perpetuar la institución inclusive a costa de
su absoluta inutilidad, se puede sostener solo por la reificación
que la ciudadanía hace de sus funciones no cumplidas pero deseadas con
desesperación, como en el caso de "la justicia" que jamás llega y
que si llega costó sangre, sudor, lágrimas y los patrimonios de todos los
damnificados. Como en el caso de los préstamos internacionales que jamás se
asignan a donde deben ir y que, cuando se cobran se les exige a los deudores
otro tanto de la sangre que ya le estuvieron succionando durante toda su
vida de trabajo.
Todo es consecuencia de una u otra manera de haber
construido instituciones desde las ideas políticas y desde andamiajes
ideológicos que sobreviven a pesar de haberse alejado de sus funciones
fundacionales. Organizaciones que son administradas por administrativos que
ven su existencia personal y de grupo invariablemente atada a la
supervivencia eterna de la institución madre que los cobija y les da
trabajo, sin importarles otra cosa.
Es prioritario redefinir la función institucional pública
dándole la eternidad que tiene el ser humano y sus necesidades
construyendo para ello instituciones flexibles, ágiles y cambiantes
de acuerdo a los niveles de satisfacción de esas necesidades y no establecer
su eternidad por decreto caiga quien caiga y cueste lo que nos cueste. Estas
nuevas estructuras organizativas y de administración, deben metamorfosearse
con cada cambio de necesidades sociales, deben mutar hacia formas distintas
que dinamicen sus funciones hacia la inmediatez y efectividad de cambiantes
objetivos institucionales.
Ya pasaron los tiempos de las constituciones a
perpetuidad, de los reglamentos inquebrantables, de las normas del
para siempre. La movilidad social y sus infinitas necesidades
obligan a repensar los esquemas organizativos y de administración pública.
Un punto que hemos aprendido, a lo largo del siglo XX, es
que lo justo, lo eficiente, lo eficaz y lo oportuno, tiene infinitas
dimensiones de adaptabilidad en sus medidas y formas de organización y de
administración de procesos y de procedimientos para la realización.
Una estructura, por ser más grande no significa que sea
más eficiente, ni por ser globalizada que sea más eficaz. Tampoco por estar
más tecnificada es más oportuna o útil, ni por estar más planificada está
sea más presente o actual.
La vida y el acontecer de las personas y de sus
necesidades son tan infinitos, que encajarlas dentro de instituciones como
las que tenemos ahora hace que éstas vivan solo porque sacrificamos
ingentes otras cosas por otros lados que no incluimos ni en los
gastos de su manutención ni en los costos que las hacen perpetuas. Incluir
estos sacrificios solo sería factible si cambiamos la visión económica
incorporando todo y a todos dentro de los cálculos de existencia y de
activación creativo-productiva humanas.
Hagamos instituciones que se modifiquen continuamente al
ritmo de las necesidades del Soberano, diseñemos instituciones que se
adapten a sí mismas a las necesidades actuales que las convocan y requieren
y focalicemos la función en vez de la existencia perpetua de
ellas para amoldarlas a máximos niveles de realización y utilidad
socio-económica.
En Un Mundo Un Pueblo ya funcionamos con varias de ellas y
seguramente vamos a vivir el surgimiento de miles más con sus más variadas
formas y diseños de acuerdo a las necesidades y creatividad de cada pueblo
que las necesite.